"Quería salir, vivir las estaciones y disfrutar por fin nuevamente de una comida que hiciera honor a su nombre y tuviera el mismo sabor que recordaba de mi infancia: natural, intenso y auténtico",
recuerda el jubilado. Sonreído por sus vecinos italianos, Egger siempre buscó el intercambio con personas afines en Alemania. Gente que, como él, estaba convencida de que la agricultura no necesita ni fertilizantes artificiales ni pesticidas tóxicos, sino sobre todo un suelo sano y rico en humus. Dado que en aquella época no existían normas uniformes para el cultivo de productos ecológicos en Alemania o en Europa, él y otros nueve pioneros ecológicos fundaron la asociación Naturland.